Huellas emocionales

de la infancia

Una visión sistémica de las relaciones familiares

Los traumas de la infancia perduran en la memoria emocional que el adulto conserva de aquellos días; heridas que, como un lastre imperceptible, generan sus inseguridades y dictan sus reacciones del presente. Aunque el problema se manifieste hoy, la raíz penetrante y profunda del síntoma se nutre de aquel pasado en el que ocurrieron cosas que no quedaron resueltas, un pasado en el que hubo dolor, ausencias y frustraciones.

Huellas emocionales de la infancia

Precio: 22€

 

Si lo desea puede solicitar este libro directamente al autor desde el siguiente enlace.

Para adquirir Huellas emocionales de la infancia puede hacerlo en línea a través de los siguientes sitios web:

Cualquier carencia emocional sufrida en la infancia deja una impronta de dolor en el niño, determinando su futuro. Dolor reprimido que se inserta en las capas más profundas de su memoria emocional y ahí permanecerá agazapado, como una herida abierta. No podemos olvidar que el trauma lo sufrió, sintió y gestionó el niño, con las creencias que le habían inculcado y, sobre todo, con sus escasas capacidades y nula experiencia para afrontar y resolver del mejor modo el golpe recibido. En el inconsciente del adulto subsiste intacta la versión de aquel lejano suceso, tal como fue vivido y afrontado por el niño, que en aquel momento obtuvo sus propias conclusiones y tomó sus primeras decisiones.

Siempre estamos a tiempo de elaborar una versión distinta del pasado y obtener una interpretación diferente. Nunca es tarde para volver a ser uno mismo, recobrar la espontaneidad y la creatividad que las creencias, los estereotipos, las normas y las circunstancias nos arrebataron; en definitiva, recuperar todo nuestro potencial. Para ello es preciso revisar el pasado, recordar y revivir aquellos acontecimientos, creando escenas y episodios que no existieron entonces o no fueron como nos hubiera gustado.

La curación de los traumas de la infancia pasa necesariamente por la creación de nuevas versiones de lo ocurrido. El adulto debe reencontrarse y reconocerse a sí mismo, más allá del rol e identidad que un día le fueron asignados. Si se libera de lo inculcado, podrá recobrar su espontaneidad y creatividad innatas para generar hoy la realidad que la vida le negó. Todos disponemos de las capacidades y recursos necesarios para gestionar y vivir nuestra vida con solvencia, de acuerdo a nuestras necesidades y a nuestra identidad. Contamos con los recursos interiores y conservamos la creatividad intrínseca que era tangible en la infancia, antes de que renunciáramos a nosotros mismos para amoldarnos a lo que se esperaba de nosotros, asumiendo funciones y proyectos que nunca elegimos. En suma, dar al niño interior la oportunidad de revisar y reconstruir el pasado, incorporar hoy una visión diferente de aquello que afrontó e interpretó sin disponer de toda la información que hubiera necesitado. De este modo el adulto puede cambiar su actitud frente a los traumas del pasado, al tiempo que aporta al niño la serenidad que ha esperado tanto tiempo.

La curación del adulto requiere la curación del niño interior. El adulto necesita superar sus conflictos de la infancia para liberarse del pasado y para no transmitir a sus hijos el lastre de aquellos traumas. Sin duda, servirá a dicho propósito comprender y reconocer a los padres, averiguar cómo fue su infancia y el ambiente en el que crecieron.